Ame mis tetas con locura desde que tuve conciencia, las cuales mantenía destapadas con escote en mano, apenas despunte en ese delicioso tobogán de la adolescencia que fue más parecido a la Corriente Australiana Oriental que a cualquier otra cosa. Pronto llegué a la Universidad y me di cuenta que era maravillosa la sensación de formar parte de ese grupo de mujeres que estaban en el ojo del huracán por el ancestral complejo de Edipo que tienen todos los hombres, donde nada era más importante para jóvenes, adultos, no tan jóvenes y no tan adultos que unas grandes, duras, bellas, redondas y muy puntiagudas tetas. El tiempo paso tan rápido como la transformación de mi cuerpo y atrás quedaron los escotes para dar paso a la increíble oportunidad de convertirme en la mejor fuente de alimentación para mis hijos que mamaban de día, de noche y a toda hora, donde vi de frente el dolor de la mastitis, donde me reía porque mamaban más rápido que la capacidad que tenían para tragar la leche materna. La etapa actual de mis tetas, una mamoplastia reductiva que dejo profundos queloides arrastrando inesperados traumas, pero que la mayoría de las veces asumo con inteligencia, con grandeza, con humildad y pienso que esos traumas no son míos, son partes de la vida que me toco vivir, de lo increíble, amoroso, doloroso y delicioso de ser una MUJER…